El otro día me preguntaron: "¿Y no te da miedo?"
Y mi respuesta fue más para mí misma que para la otra
persona:
“¿Miedo? Por supuesto que tengo miedo. ¿Pero de qué me sirve
el miedo si me anula? Intento tomar mis decisiones según lo feliz que me hacen,
y no según el miedo que me dan…”
Desde ese día sigo dándole vueltas a lo diferente que sería
mi vida si le diera más importancia al riesgo que conllevan mis actos que a los
sentimientos que me produce experimentarlos. Aún así, es casi imposible escapar
de lo que tan bien nos han enseñado: la prudencia, la autoprotección.
Ser consciente de que un día podrías cambiarlo todo, darle
la vuelta a todo, y no hacerlo, por miedo al abismo…
Vivir en esta sociedad en la que la aceptación de uno mismo
está marcada por la aceptación de los demás, y anhelar durante toda una vida
ser liberado de una esclavitud de la que sólo saldrás de la mano de la persona
en quien menos confianza pusiste, tú mismo. Sentirte cansado con los tuyos, con
aquello que siempre has amado, con el techo que te cobija y el suelo que pisas
cada mañana, cada tarde, cada noche. Y no hacer nada, por confundir tu vida con
la de los demás, por confundir algo tan legítimo como el vuelo de un pájaro con
la ingratitud, con el abandono. A los seres queridos, a la tierra, a tus
raíces, se les abandona con el corazón, pero no por hacer tu camino y dejar que
ellos continúen con aquel que eligieron. Conocer las miserias del otro, y dar
un salto hacia atrás, como al tocar de repente un agua que no sabías que estaba
fría, helada. Cerrar los ojos ante la oscuridad de otros, sólo porque se te caen
los pantalones cuando estás desnudo ante la tuya, y no atreverte ni a imaginar
lo que sería desnudarte de veras de todo lo que te tapa y te permite estar
escondido, para ponerte en el último puesto, al servicio de todos esos "desconocidos", para
ayudar a levantarlos. Saber que en cualquier momento podrías abandonar tu
trabajo, ese por el que tanto luchaste pero que no ha resultado ser como
esperabas, y probar algo diferente, en otra parte, con otra gente. Levantarte cada
mañana pensando: “Hoy se lo digo. Hoy le diré que, por alguna razón que
desconozco, me importa todo de ella, de él. Le diré que cuando se siente
triste, lo sé con sólo mirarle, y cuando se siente feliz, yo también lo soy. Le
diré tantas cosas…”, sabiendo que al día siguiente, posiblemente, vuelvas a
pensar lo mismo. Escuchar tu corazón palpitar de agonía, porque en tu vida tú
nunca has sido el protagonista, y culpar a los demás, porque ya no te sientes
con fuerzas de serlo. Desear de forma ardiente expresar belleza o repulsión por
algo o por alguien, y no hacerlo, no porque no conozcas las palabras adecuadas,
sino porque no sería políticamente correcto.
Estas son las consecuencias de hacer un mal uso de algo
valioso. El miedo fue creado para hacer la vida más duradera, y no para hacerla
mediocre…
No hay comentarios:
Publicar un comentario