martes, 10 de septiembre de 2013

Guate

Recién llegados a Santa Lucía.
Lunes. Amanece en Guatemala. Tenemos la primera toma de contacto durante el fin de semana con este país y su gente, sus colores y sus sabores. Comienza a asomar una pequeña rutina de trabajo  y, sobre todo, de ilusión, que de seguro nos acompañarán el resto de nuestro campo de trabajo.
Este lunes no es igual a los demás. Hoy ha sido el primer día de muchas cosas, y entre ellas, ocupa un lugar especial el primer desayuno con las familias que nos acogen. De repente, la rutina de casa que cada uno trae en la mochila se desvanece para dar espacio a un nuevo concepto de hogar, donde los visitantes no son tratados como extraños, sino como un pariente más; donde las familias crecen, y no por ello viven separadas, sino que siempre habrá cabida para otra “casita” más, donde los “patojos” puedan corretear, los animales participar de la vida familiar y los mayores velar por el cuidado de todos los demás. En este concepto de hogar nadie se plantea “a priori” el puesto de trabajo, la religión o el estado civil del que viene ni del que acoge. En Guatemala parece que no hay tiempo para tonterías, pues la vida es demasiado fugaz como para pararse a divagar. Desde el momento que comienzas a tratar con este pueblo te das cuenta de que ellos, por defecto, esperan lo mejor de ti. Por tanto, no tienen miedo ni pudores. Ellos te presentan, te ofrecen y te enseñan su cultura, su día a día, y su cariño sin contemplaciones. Porque para ellos, las diferencias culturales hace tiempo que dejó de ser un problema. Hace tiempo que empezó a ser una riqueza.
Y empieza el baile…Este grupo de españoles que en nada se parecen en origen y edad, pero que tanto se parecen en aquello que les hace vibrar, se ha puesto manos a la obra con los talleres de educación medioambiental y reciclaje. Porque para enseñar en las escuelas cómo optimizar el uso de sus recursos (que por ser limitados, no por ello son menos valiosos), primero, tenemos que asumirlo y aprenderlo nosotros. Y este punto no tiene desperdicio. No todos los días se ve a un grupo de chicos/as de ciudad construir algo con sus propias manos, pero más llamativo resulta aún verlos transformando montones de botellas de plástico y llantas de coche en objetos útiles y decorativos que podrían formar parte de nuestro día a día. Al principio no éramos más que curiosos sujetos incrédulos que paseaban por la sede de Inlexca como si de unos pobres náufragos se tratase. Era como si nos hubiéramos perdido en mitad de un pequeño paraíso de vegetación bien cuidada pero, a su vez, libre, en la que conviven unas casitas y por las que pasan personas de todos los rincones del mundo con un mismo objetivo: ayudar. Por tanto, sólo en un ambiente como éste, de libertad y cambio, donde todo evoluciona hasta ser la mejor versión de sí mismo, es donde nuestro grupo, que llegó ajeno y novato a cualquier técnica de reciclaje, ha acabado generando (con la ayuda de Alex y Diego) especialistas del uso del martillo, maniáticos de los alicates, exterminadores de cuchillos de sierra, taladradores de tapones de botellas y verdaderos carpinteros de vocación.
Como era de esperar, un día así sólo podía terminar en la única cantina del pueblo, con la música que sólo una gramola que parece sacada de “la hamburguesería de la Chavel” puede regalar y brindando con una cerveza “Gallo” en la mano.
Y que conste, sólo estamos en el segundo día.

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