lunes, 13 de julio de 2015

Sevilla, 10 de julio de 2015

“De los pobres sabemos todo... Solo nos falta saber por qué los pobres son pobres...
¿Será porque su desnudez nos viste y su hambre nos da de comer?...”
Eduardo Galeano, Los hijos de los días.

La raza. La etnia. El color de la piel. ¿Qué nos hace realmente diferentes? ¿Verdaderamente estos rasgos nos diferencian, o existen otras características físicas, sociales o culturales que nos separan aún más? Y lo más importante, ¿en qué momento decidimos que estas diferencias pueden marcar el derecho de un individuo a tener una vida digna?
Al principio, todo era de todos. La tierra no se dividía, sino que se compartía y se multiplicaban los beneficios que de ella se obtenían. Pero llegó un momento en el que, al parecer, éramos muchos y, por tanto, era difícil de controlar el hecho de que todos tuviéramos acceso a los mismos bienes, a las mismas oportunidades. Antes, era obligación de todos hacer llegar a todo el clan lo necesario. Pero con el tiempo, tener lo necesario para garantizar la supervivencia de la especie dejó de ser lo primero, ya que la especie llegó a ser demasiado numerosa y diversa en cuanto a intereses. Ahora lo primero era no perderse en ella, entre la multitud. Y para no ser uno más, la solución fue acumular. Tener más que el otro. Eso marcaría para siempre la diferencia. El “tener” se convierte en un criterio de exclusión que, incluso hoy, puede salvar una vida o quitarla. Así se creó la más cruel de las armas del hombre contra el hombre (que no de la naturaleza para con el hombre), un arma letal que proporciona una muerte lenta y silenciosa en vida: la pobreza. El antihéroe del poder.
En las primeras civilizaciones no existía el poder tal como lo conocemos. Tan sólo existía el ser: la persona, el animal, la tierra. Y los seres humanos convivían con el resto de seres de la naturaleza, quizás no siempre en armonía, pero sí en igualdad, porque ninguno había llegado primero y ninguno era el dueño de nada. Todo era de todos. Tan sólo los dones de cada uno les otorgaba poder o cierto grado de capacidad a la hora de desempeñar una tarea. Pero ésta siempre se ponía al servicio de la comunidad. ¿Cuándo dejamos de ser iguales?
1492. El reino de Castilla siente que roza con los dedos la inmortalidad. Ellos, aún vivos, ya forman parte de la historia de la humanidad. Confirmamos que, efectivamente, el mundo es una esfera. Aunque tan sólo podamos percibir la grandeza misteriosa del universo cuando el sol se esconde tras el horizonte, en ese momento de nuestra historia nos descubrimos co-habitantes en esta misma tierra con infinidad de hombres y mujeres, diferentes en muchas cosas, desconocidos, pero ante todo hombres y mujeres, con nuestras mismas necesidades y la misma capacidad de sentir.
Y he aquí, en ese mismo instante, cuando sale a la luz nuestra mayor limitación como seres humanos: la ignorancia, la cual se vuelve necedad cuando existe una falta de consciencia de que se es ignorante. Desconocemos esas tierras, esos pueblos y esa historia. Pero eso resulta secundario, ya que en un momento así lo que importa es que es nuestro bando el único preparado para un enfrentamiento. El único que puede y que tiene intención de decidir si convivir o doblegar. Y es ésta la brecha que nos ha acompañado durante siglos. También en tiempos antiguos existieron civilizaciones que apostaban por esta brecha humana en la que unos nacían para ser utilizados y otros para utilizar a sus semejantes. Pero no por ello deja de ser grave que, en tiempos donde un pueblo que avanza quiere descubrir otros mundos y otras culturas para enriquecer el conocimiento colectivo, cayera de nuevo en la torpeza refleja de dominar, de colonizar. El deseo de esclavizar, que esclaviza al que lo satisface y al que lo padece. El deseo que hace que las dos partes jamás vuelvan a ser las mismas. Porque es antinatural que el hombre esclavice al hombre, ya que todos somos naturaleza, pieza insustituible en una tierra que ya presenta un equilibrio perfecto, el cual no es necesario ni oportuno alterar. Y aun así, portugueses, españoles, holandeses, ingleses y franceses se interesaron por alterarlo.
Muchos han sido los hombres y mujeres, blancos y negros, que han alzado su voz en la historia desértica de la lucha contra la desigualdad racial. Racial. Una palabra que, en realidad, alude a la raza de los animales, ya que hoy día se considera más oportuno hablar de etnia y cultura cuando nos referimos a poblaciones de origen, habla y costumbres diferentes. Es curioso que “la cuestión de la raza” nos recuerde a la expresión que definió otro de los momentos históricos más oscuros de nuestra trayectoria humana, cuando se llevó a cabo la “solución final” respecto a “la cuestión judía”. Y es curioso también que, al igual que entonces, la comunicación jugara con la sociedad hasta el punto de hacerle negar lo que estaba ocurriendo. En nuestros días, porque vivimos de la mano de una dictadura de la comunicación, podríamos pensar que el fenómeno de la esclavitud y sus posteriores consecuencias de cara a la comunidad afrodescendiente no es comparable a los hechos atroces y ya condenados que tuvieron lugar durante el Holocausto. Pues bien, según los datos, aproximadamente 6 millones de judíos y 11 millones de personas entre judíos y no judíos fueron asesinados por el régimen nazi en los pocos años que duró la ocupación (1938-1945). Y fueron 14 millones de africanos los que fueron deportados de sus países de origen para ser llevados a la fuerza como esclavos al Nuevo Mundo, y casi 200 millones de personas las que murieron a causa de la esclavitud a lo largo de los casi cuatro siglos en los que se prolongó esta práctica (1518-1873). Desafortunadamente, estos hechos son comparables en cuanto a la brutalidad y a la deshumanización que traen consigo y los estigmas que provocan en una sociedad. No debemos olvidar que cuando un grupo se erige superior a otro, ejerce un poder alienante y dictatorial, de manera que el grupo que sufre la vulneración de sus derechos de forma brusca y sin explicación aparente, se siente desprovisto de su hogar, su familia y su modo de vida en un plazo en el que le es imposible reaccionar ni asumir lo que está ocurriendo. Esto tiene como consecuencia un complejo de inferioridad en el grupo sometido que, con el tiempo, marcará comportamientos conformistas en su descendencia ante una sociedad que, a su vez y como acto reflejo, continuará frenando el desarrollo pleno de sus capacidades.
Imaginemos dos niños que nacen en un mismo país y al mismo tiempo, uno con la piel clara y otro con la piel oscura. Imaginemos que nacen en Brasil. La primera barrera que podemos encontrarnos se produce a la hora de registrar esos nacimientos. En el caso del bebé blanco, no se pone en duda que será censado, pero en el caso del bebé de color existe la posibilidad, dependiendo del contexto en el que nazca, de que no sea registrado, ya que en Brasil un 20% de la población no blanca no se encuentra censada. En segundo lugar, existe la garantía de que sea cual sea el origen del niño blanco, éste tendrá posibilidad de recibir una educación básica y superior, situación que difícilmente podrá garantizarse en el caso del joven negro, ya que, según los datos, el 87% de los adolescentes brasileños que no tienen acceso a la educación son negros. Este contexto se agrava si tenemos en cuenta los grupos poblacionales con los que estos dos niños acabarán identificándose socialmente, ya que ambos individuos, a medida que crezcan y se hagan adultos, vivirán en un ambiente en el que el 50% de la juventud negra se encuentra desempleada, el 80% de los presidiarios brasileños son morenos y, tanto los niños como los ancianos “de la calle” son no blancos a causa de leyes que tuvieron vigencia hace poco más de un siglo como fueron la “Ley del vientre libre”(1871) y la “Ley del sexagenario” (1885). No es de extrañar que aún hoy día existan brasileños con cierto nivel de vida y cierto grado de ignorancia que piensen que esas leyes constituyeron el comienzo de la liberación de los esclavos. Así mismo, se ha divulgado que surgieron de las entrañas conmovidas de un gobierno piadoso y generoso, siendo desaprovechadas por sus propios beneficiarios, y cuyos descendientes se encuentran actualmente en una situación de precariedad y de exclusión social, al parecer, “buscada”. Crecer y desarrollarse en una sociedad con estos estereotipos, donde el blanco es el que triunfa por regla general y el que suele alcanzar un estado de bienestar social porque, se supone, sabe aprovechar mejor los recursos, marca sin duda una conciencia social en cada uno de los dos jóvenes de los que hablamos que marcará las aspiraciones de cada uno de ellos a la hora de elaborar su proyecto vital. Una consecuencia directa de estos mensajes que son inyectados por una sociedad “emblanquecida” a propósito desde hace más de 100 años es la carga identitaria que pesa todavía sobre los jóvenes no blancos. Independientemente del poder adquisitivo con el que estén familiarizados cada uno de estos jóvenes cuando pasen a adultos, habrán aprehendido que el desarrollo y el progreso de una sociedad capitalista y que el concepto de “modernización” son factores que se encuentran íntimamente relacionados con unos estándares occidentales (donde tienen lugar corrientes estadounidenses, europeas e, incluso, asiáticas) y completamente alejados de componentes étnicos, tribales y/o ancestrales. Este influjo de la ideología del emblanquecimiento tiene como resultado que en la actualidad aún queden atisbos de una población negra que siente cierto complejo de inferioridad. Este sentimiento se refleja en hechos como que el 70% de los no blancos de Brasil viven este fenotipo genético como es el color de su piel como un conflicto interno, ya que se ven instados a asumir valores y modelos blancos. Esto también se manifiesta incluso en la política, donde poblaciones de mayoría negra votan por norma general a gobernantes blancos; o en las órdenes religiosas, donde reglamentos internos dificultan el ingreso de personas de color; o en las fuerzas armadas, donde los negros tienen serias dificultades para ascender a rangos superiores.
Definitivamente, si se pretende construir una sociedad libre de prejuicios raciales, hay que comenzar por identificar y asumir la situación actual en la que se encuentra dicha población. En el caso de Brasil, son muchos los esfuerzos que se han hecho para crear una conciencia en el país, tanto en blancos como en no blancos, de que no se sufre ya discriminación racial. Y éste es uno de los mayores problemas ante el que nos encontramos a la hora de combatir cualquier tipo de desigualdad: la negación de la misma. Algo parecido ocurre hoy en algunos sectores de nuestra sociedad respecto a la desigualdad de género, ya que uno de los mayores enemigos que tiene la concientización de una sociedad es la normalización de una realidad injusta. Al igual que muchas mujeres piensan hoy día que ya hemos avanzado “suficiente” en la lucha por nuestros derechos, son muchas las personas de origen africano que piensan que ya están salvadas todas las barreras socio-culturales que impiden que la etnia no sea un condicionante para que todos tengamos igualdad de oportunidades en el ámbito de nuestros derechos y deberes civiles.
Una vez que se reconozcan los nichos donde desde tiempo atrás se hayan aplicado normas o leyes que separen a las personas por su etnia, sería conveniente, no sólo eliminar ese tipo de criterios de exclusión, sino valorar las consecuencias que puede tener sobre esa población la modificación o eliminación de esa ley, y dotar a sus destinatarios de los recursos necesarios para que la equidad de condiciones no despierte represalias o sentimientos de competitividad en ninguna de las partes implicadas.
Por otro lado, es necesario revalorizar y reeducar a toda la sociedad acerca del modelo de sociedad y de la cultura afrodescendiente. Y para ello, es fundamental elaborar programas de acción donde los principales beneficiarios sean las propias familias que tienen alguna ascendencia africana. Como hemos comentado anteriormente, los jóvenes reciben en la actualidad una influencia muy poderosa por parte de los medios de comunicación y del turismo mal dirigido. No es extraño ver cómo, incluso en los resquicios de quilombos que todavía se mantienen vivos en Brasil, los mayores muestran su preocupación por cómo las últimas generaciones sienten más admiración por la vida de los blancos que por la de sus antepasados, cuando realmente no han tenido la oportunidad de conocer la riqueza y posibilidades que su propia cultura aporta a la sociedad. En un sistema como en el que vivimos, en el que los ritmos y las obligaciones auto-impuestas controlan nuestra existencia, la filosofía de vida que nació en los quilombos o palenques puede ayudarnos a transformar una sociedad que ha olvidado parte de su esencia. Qué mejor referencia de nuestros orígenes podemos tener que la del mundo africano, el cual, hoy día sigue luchando por perpetuar sus lenguas, creencias y formas de vivir. Promocionar la recuperación y conservación de los quilombos que fueron creados en diferentes rincones del Caribe, la selva peruana y Brasil puede significar, no sólo un acto de reconocimiento histórico para con la deuda que nos ha dejado la esclavitud a toda la humanidad, sino un referente más en el que poder reunir a estos pueblos y explorar cómo han evolucionado aspectos que hoy día nos inquietan a todos, como es el trabajar la tierra con respeto, el desarrollo sostenible o el cultivo ecológico.
Por otro lado, vivimos en un mundo globalizado, donde todos/as las personas merecen tener acceso a la tecnología. El problema es que, a veces, este acceso y uso es deliberado y provoca choques culturales dentro de algunos clanes o familias, donde sobre todo se alude al plano espiritual. En este sentido, estamos ante uno de los factores que más pueden favorecer la complementariedad entre las diferentes etnias, ya que por un lado, el grupo más próximo a la tecnología puede ofrecerla al que menos contacto ha tenido (sea por cuestiones geográficas, medios, costumbres, etc.), y a su vez, nutrirse de la autenticidad espiritual que gran parte del pueblo afrodescendiente todavía conserva y transmite generación tras generación. Algo similar ocurre con la música y la danza que se encuentran arraigadas en la intimidad de estas familias, y que no salen a la luz más por el recelo a que sean manipuladas que por que no tengan interés como patrimonio artístico y un valor incalculable. Esas danzas y sus ritmos en la mayoría de los casos nos permiten hoy día conectar con aquello que aún no ha sido tocado dentro de nosotros por la civilización. Como hemos indicado previamente, existe un componente espiritual que se manifiesta con total frescura y vitalidad exclusivamente en los sonidos del pueblo negro, que al fin y al cabo, son los sonidos de la naturaleza de ayer, de hoy y de siempre.
Otra de las enseñanzas que puede aportarnos la convivencia con la comunidad afrodescendiente y la promoción de sus valores es la del concepto de familia, clan o vecindad. Hay comunidades fuera del continente africano, como los garífunas o caribes negros, los cuales no son descendientes de esclavos, sino descendientes de un grupo que naufragó en el mar Caribe y se mezcló con los indígenas de la zona, que todavía respetan celosamente su forma de concebir la familia, de manera que sus hijos son criados, además de por sus padres, por sus tíos y abuelos. El cuidado y la responsabilidad de toda la parentela hasta de cuarto y quinto grado es una ley implícita dentro de estas comunidades, y está demostrado que esta práctica donde los niños son educados por todos los miembros del vecindario crea en los niños respeto por todos los miembros de la comunidad, sentido de pertenencia y, además, les inculca un modelo de sociedad comunal que puede combatir la consolidación de esta sociedad alienante a la que nos está llevando el modelo occidental.
Por último, existe una medida que deberían tomar los gobiernos de todos los países, y no de forma exclusiva para afrontar el problema de la discriminación racial, sino de cara a proteger a todos los colectivos que por causas étnicas y culturales sufren injusticias en lo que respecta a su desarrollo intelectual y profesional. Existe una realidad especialmente violenta en los núcleos urbanos que cuentan con la presencia de afrodescendientes, indígenas y personas en situación de refugio y/o desplazamiento, y es la creación de asentamientos en la periferia de las ciudades. Son numerosos los países de todo el mundo que tiene presencia afrodescendiente en sus principales núcleos urbanos, ya sean del Caribe (73,2%), de América del Sur (22,6%), de EEUU (8,4%) o de Europa (1,2%). Si se pretende restaurar la igualdad de oportunidades entre la población blanca y no blanca, se debe garantizar que estas comunidades tengan acceso a una educación básica de calidad, además de establecer la red de infraestructuras necesaria para dar posibilidad a quien quiera adquirir estudios superiores y formación profesional. La principal fuente de inspiración para que el pueblo negro y sus descendientes puedan luchar por la justicia social y pueda proteger sus raíces y contar su versión de la historia deben ser sus propios hijos. Y la sociedad tiene el deber de comprometerse a aportar las herramientas necesarias para que esto sea posible sin jugar un papel paternalista ni ejercer discriminación positiva. Estos grupos poblacionales tienen plena capacidad de tomar decisiones y disfrutarán de completa autonomía en el momento que les sean reconocidos sus derechos y deberes como los de cualquier ciudadano.
A modo de conclusión, podríamos recordar que, de alguna forma, todas las injusticias que hoy día siguen sufriendo los pueblos por razones de origen y etnia, también son alimentadas o permitidas por un sistema del que todos/as participamos activamente. De esta manera, los errores cometidos y el sacrificio de nuestra ascendencia, haya sido de un color u otro y de un bando u otro, también han sido nuestros propios errores. Esto debería fortalecer en nosotros el deseo de restablecer un equilibrio que ha sido alterado, y la confianza plena de que cualquier tipo de esclavitud, opresión o dominio entre iguales acaba siendo un estigma generacional para las dos partes, la oprimida y la dominante.
El pueblo africano es agricultor. Podemos hacer una comparativa con el maíz. Según el Popol Vuh, el libro sagrado de los indígenas de Mesoamérica, el hombre finalmente fue creado a partir de las cuatro variedades principales de maíz: blanco, amarillo, rojo y negro. Cada variedad presenta compuestos diferentes que aportan beneficios específicos mediante su ingesta. ¿Qué pasaría si se promoviera más el cultivo de alguna de estas variedades? ¿Y si alguna de ellas desapareciera? ¿Tendría sólo consecuencias económicas, o también culturales?
Al fin y al cabo, todos venimos del maíz.
Todos venimos de la tierra.



Ensayo “Todos venimos de la tierra.”, publicado en http://www.unesp.br/portal#!/debate-academico/todos-nos-viemos-da-terra/ con motivo del Decenio Internacional de los Afrodescendientes proclamado por la OMS (2015-2024)


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