Sevilla, 10 de julio de 2015
“De los pobres sabemos todo... Solo nos falta
saber por qué los pobres son pobres...
¿Será porque su desnudez nos viste y su hambre
nos da de comer?...”
Eduardo Galeano, Los hijos de los días.
La
raza. La etnia. El color de la piel. ¿Qué nos hace realmente diferentes? ¿Verdaderamente
estos rasgos nos diferencian, o existen otras características físicas, sociales
o culturales que nos separan aún más? Y lo más importante, ¿en qué momento
decidimos que estas diferencias pueden marcar el derecho de un individuo a
tener una vida digna?
Al
principio, todo era de todos. La tierra no se dividía, sino que se compartía y
se multiplicaban los beneficios que de ella se obtenían. Pero llegó un momento
en el que, al parecer, éramos muchos y, por tanto, era difícil de controlar el
hecho de que todos tuviéramos acceso a los mismos bienes, a las mismas
oportunidades. Antes, era obligación de todos hacer llegar a todo el clan lo
necesario. Pero con el tiempo, tener lo necesario para garantizar la
supervivencia de la especie dejó de ser lo primero, ya que la especie llegó a
ser demasiado numerosa y diversa en cuanto a intereses. Ahora lo primero era no
perderse en ella, entre la multitud. Y para no ser uno más, la solución fue
acumular. Tener más que el otro. Eso marcaría para siempre la diferencia. El
“tener” se convierte en un criterio de exclusión que, incluso hoy, puede salvar
una vida o quitarla. Así se creó la más cruel de las armas del hombre contra el
hombre (que no de la naturaleza para con el hombre), un arma letal que
proporciona una muerte lenta y silenciosa en vida: la pobreza. El antihéroe del
poder.
En
las primeras civilizaciones no existía el poder tal como lo conocemos. Tan sólo
existía el ser: la persona, el animal, la tierra. Y los seres humanos convivían
con el resto de seres de la naturaleza, quizás no siempre en armonía, pero sí
en igualdad, porque ninguno había llegado primero y ninguno era el dueño de
nada. Todo era de todos. Tan sólo los dones de cada uno les otorgaba poder o
cierto grado de capacidad a la hora de desempeñar una tarea. Pero ésta siempre
se ponía al servicio de la comunidad. ¿Cuándo dejamos de ser iguales?
1492.
El reino de Castilla siente que roza con los dedos la inmortalidad. Ellos, aún
vivos, ya forman parte de la historia de la humanidad. Confirmamos que,
efectivamente, el mundo es una esfera. Aunque tan sólo podamos percibir la
grandeza misteriosa del universo cuando el sol se esconde tras el horizonte, en
ese momento de nuestra historia nos descubrimos co-habitantes en esta misma
tierra con infinidad de hombres y mujeres, diferentes en muchas cosas,
desconocidos, pero ante todo hombres y mujeres, con nuestras mismas necesidades
y la misma capacidad de sentir.
Y
he aquí, en ese mismo instante, cuando sale a la luz nuestra mayor limitación
como seres humanos: la ignorancia, la cual se vuelve necedad cuando existe una
falta de consciencia de que se es ignorante. Desconocemos esas tierras, esos
pueblos y esa historia. Pero eso resulta secundario, ya que en un momento así
lo que importa es que es nuestro bando el único preparado para un
enfrentamiento. El único que puede y que tiene intención de decidir si convivir
o doblegar. Y es ésta la brecha que nos ha acompañado durante siglos. También
en tiempos antiguos existieron civilizaciones que apostaban por esta brecha
humana en la que unos nacían para ser utilizados y otros para utilizar a sus
semejantes. Pero no por ello deja de ser grave que, en tiempos donde un pueblo
que avanza quiere descubrir otros mundos y otras culturas para enriquecer el
conocimiento colectivo, cayera de nuevo en la torpeza refleja de dominar, de
colonizar. El deseo de esclavizar, que esclaviza al que lo satisface y al que
lo padece. El deseo que hace que las dos partes jamás vuelvan a ser las mismas.
Porque es antinatural que el hombre esclavice al hombre, ya que todos somos
naturaleza, pieza insustituible en una tierra que ya presenta un equilibrio
perfecto, el cual no es necesario ni oportuno alterar. Y aun así, portugueses,
españoles, holandeses, ingleses y franceses se interesaron por alterarlo.
Muchos
han sido los hombres y mujeres, blancos y negros, que han alzado su voz en la
historia desértica de la lucha contra la desigualdad racial. Racial. Una
palabra que, en realidad, alude a la raza de los animales, ya que hoy día se
considera más oportuno hablar de etnia y cultura cuando nos referimos a
poblaciones de origen, habla y costumbres diferentes. Es curioso que “la
cuestión de la raza” nos recuerde a la expresión que definió otro de los
momentos históricos más oscuros de nuestra trayectoria humana, cuando se llevó
a cabo la “solución final” respecto a “la cuestión judía”. Y es curioso también
que, al igual que entonces, la comunicación jugara con la sociedad hasta el
punto de hacerle negar lo que estaba ocurriendo. En nuestros días, porque
vivimos de la mano de una dictadura de la comunicación, podríamos pensar que el
fenómeno de la esclavitud y sus posteriores consecuencias de cara a la
comunidad afrodescendiente no es comparable a los hechos atroces y ya
condenados que tuvieron lugar durante el Holocausto. Pues bien, según los
datos, aproximadamente 6 millones de judíos y 11 millones de personas entre
judíos y no judíos fueron asesinados por el régimen nazi en los pocos años que
duró la ocupación (1938-1945). Y fueron 14 millones de africanos los que fueron
deportados de sus países de origen para ser llevados a la fuerza como esclavos
al Nuevo Mundo, y casi 200 millones de personas las que murieron a causa de la
esclavitud a lo largo de los casi cuatro siglos en los que se prolongó esta
práctica (1518-1873). Desafortunadamente, estos hechos son comparables en
cuanto a la brutalidad y a la deshumanización que traen consigo y los estigmas
que provocan en una sociedad. No debemos olvidar que cuando un grupo se erige
superior a otro, ejerce un poder alienante y dictatorial, de manera que el
grupo que sufre la vulneración de sus derechos de forma brusca y sin
explicación aparente, se siente desprovisto de su hogar, su familia y su modo
de vida en un plazo en el que le es imposible reaccionar ni asumir lo que está
ocurriendo. Esto tiene como consecuencia un complejo de inferioridad en el
grupo sometido que, con el tiempo, marcará comportamientos conformistas en su
descendencia ante una sociedad que, a su vez y como acto reflejo, continuará
frenando el desarrollo pleno de sus capacidades.
Imaginemos
dos niños que nacen en un mismo país y al mismo tiempo, uno con la piel clara y
otro con la piel oscura. Imaginemos que nacen en Brasil. La primera barrera que
podemos encontrarnos se produce a la hora de registrar esos nacimientos. En el
caso del bebé blanco, no se pone en duda que será censado, pero en el caso del
bebé de color existe la posibilidad, dependiendo del contexto en el que nazca,
de que no sea registrado, ya que en Brasil un 20% de la población no blanca no se encuentra censada. En
segundo lugar, existe la garantía de que sea cual sea el origen del niño
blanco, éste tendrá posibilidad de recibir una educación básica y superior, situación
que difícilmente podrá garantizarse en el caso del joven negro, ya que, según
los datos, el 87% de los adolescentes brasileños que no tienen acceso a la
educación son negros. Este contexto se agrava si tenemos en cuenta los grupos
poblacionales con los que estos dos niños acabarán identificándose socialmente,
ya que ambos individuos, a medida que crezcan y se hagan adultos, vivirán en un
ambiente en el que el 50% de la juventud negra se encuentra desempleada, el 80%
de los presidiarios brasileños son morenos y, tanto los niños como los ancianos
“de la calle” son no blancos a causa de leyes que tuvieron vigencia hace poco
más de un siglo como fueron la “Ley del vientre libre”(1871) y la “Ley del
sexagenario” (1885). No es de extrañar que aún hoy día existan brasileños con
cierto nivel de vida y cierto grado de ignorancia que piensen que esas leyes
constituyeron el comienzo de la liberación de los esclavos. Así mismo, se ha
divulgado que surgieron de las entrañas conmovidas de un gobierno piadoso y
generoso, siendo desaprovechadas por sus propios beneficiarios, y cuyos
descendientes se encuentran actualmente en una situación de precariedad y de
exclusión social, al parecer, “buscada”. Crecer y desarrollarse en una sociedad
con estos estereotipos, donde el blanco es el que triunfa por regla general y el
que suele alcanzar un estado de bienestar social porque, se supone, sabe
aprovechar mejor los recursos, marca sin duda una conciencia social en cada uno
de los dos jóvenes de los que hablamos que marcará las aspiraciones de cada uno
de ellos a la hora de elaborar su proyecto vital. Una consecuencia directa de
estos mensajes que son inyectados por una sociedad “emblanquecida” a propósito
desde hace más de 100 años es la carga identitaria que pesa todavía sobre los
jóvenes no blancos. Independientemente del poder adquisitivo con el que estén
familiarizados cada uno de estos jóvenes cuando pasen a adultos, habrán
aprehendido que el desarrollo y el progreso de una sociedad capitalista y que
el concepto de “modernización” son factores que se encuentran íntimamente relacionados
con unos estándares occidentales (donde tienen lugar corrientes
estadounidenses, europeas e, incluso, asiáticas) y completamente alejados de componentes
étnicos, tribales y/o ancestrales. Este influjo de la ideología del
emblanquecimiento tiene como resultado que en la actualidad aún queden atisbos
de una población negra que siente cierto complejo de inferioridad. Este
sentimiento se refleja en hechos como que el 70% de los no blancos de Brasil
viven este fenotipo genético como es el color de su piel como un conflicto
interno, ya que se ven instados a asumir valores y modelos blancos. Esto
también se manifiesta incluso en la política, donde poblaciones de mayoría
negra votan por norma general a gobernantes blancos; o en las órdenes religiosas,
donde reglamentos internos dificultan el ingreso de personas de color; o en las
fuerzas armadas, donde los negros tienen serias dificultades para ascender a
rangos superiores.
Definitivamente,
si se pretende construir una sociedad libre de prejuicios raciales, hay que
comenzar por identificar y asumir la situación actual en la que se encuentra
dicha población. En el caso de Brasil, son muchos los esfuerzos que se han
hecho para crear una conciencia en el país, tanto en blancos como en no
blancos, de que no se sufre ya discriminación racial. Y éste es uno de los
mayores problemas ante el que nos encontramos a la hora de combatir cualquier
tipo de desigualdad: la negación de la misma. Algo parecido ocurre hoy en
algunos sectores de nuestra sociedad respecto a la desigualdad de género, ya
que uno de los mayores enemigos que tiene la concientización de una sociedad es
la normalización de una realidad injusta. Al igual que muchas mujeres piensan
hoy día que ya hemos avanzado “suficiente” en la lucha por nuestros derechos,
son muchas las personas de origen africano que piensan que ya están salvadas
todas las barreras socio-culturales que impiden que la etnia no sea un
condicionante para que todos tengamos igualdad de oportunidades en el ámbito de
nuestros derechos y deberes civiles.
Una
vez que se reconozcan los nichos donde desde tiempo atrás se hayan aplicado
normas o leyes que separen a las personas por su etnia, sería conveniente, no
sólo eliminar ese tipo de criterios de exclusión, sino valorar las consecuencias
que puede tener sobre esa población la modificación o eliminación de esa ley, y
dotar a sus destinatarios de los recursos necesarios para que la equidad de
condiciones no despierte represalias o sentimientos de competitividad en
ninguna de las partes implicadas.
Por
otro lado, es necesario revalorizar y reeducar a toda la sociedad acerca del
modelo de sociedad y de la cultura afrodescendiente. Y para ello, es
fundamental elaborar programas de acción donde los principales beneficiarios
sean las propias familias que tienen alguna ascendencia africana. Como hemos
comentado anteriormente, los jóvenes reciben en la actualidad una influencia
muy poderosa por parte de los medios de comunicación y del turismo mal
dirigido. No es extraño ver cómo, incluso en los resquicios de quilombos que
todavía se mantienen vivos en Brasil, los mayores muestran su preocupación por
cómo las últimas generaciones sienten más admiración por la vida de los blancos
que por la de sus antepasados, cuando realmente no han tenido la oportunidad de
conocer la riqueza y posibilidades que su propia cultura aporta a la sociedad.
En un sistema como en el que vivimos, en el que los ritmos y las obligaciones
auto-impuestas controlan nuestra existencia, la filosofía de vida que nació en
los quilombos o palenques puede ayudarnos a transformar una sociedad que ha
olvidado parte de su esencia. Qué mejor referencia de nuestros orígenes podemos
tener que la del mundo africano, el cual, hoy día sigue luchando por perpetuar
sus lenguas, creencias y formas de vivir. Promocionar la recuperación y
conservación de los quilombos que fueron creados en diferentes rincones del
Caribe, la selva peruana y Brasil puede significar, no sólo un acto de
reconocimiento histórico para con la deuda que nos ha dejado la esclavitud a
toda la humanidad, sino un referente más en el que poder reunir a estos pueblos
y explorar cómo han evolucionado aspectos que hoy día nos inquietan a todos,
como es el trabajar la tierra con respeto, el desarrollo sostenible o el
cultivo ecológico.
Por
otro lado, vivimos en un mundo globalizado, donde todos/as las personas merecen
tener acceso a la tecnología. El problema es que, a veces, este acceso y uso es
deliberado y provoca choques culturales dentro de algunos clanes o familias, donde
sobre todo se alude al plano espiritual. En este sentido, estamos ante uno de
los factores que más pueden favorecer la complementariedad entre las diferentes
etnias, ya que por un lado, el grupo más próximo a la tecnología puede
ofrecerla al que menos contacto ha tenido (sea por cuestiones geográficas,
medios, costumbres, etc.), y a su vez, nutrirse de la autenticidad espiritual
que gran parte del pueblo afrodescendiente todavía conserva y transmite
generación tras generación. Algo similar ocurre con la música y la danza que se
encuentran arraigadas en la intimidad de estas familias, y que no salen a la
luz más por el recelo a que sean manipuladas que por que no tengan interés como
patrimonio artístico y un valor incalculable. Esas danzas y sus ritmos en la
mayoría de los casos nos permiten hoy día conectar con aquello que aún no ha
sido tocado dentro de nosotros por la civilización. Como hemos indicado
previamente, existe un componente espiritual que se manifiesta con total
frescura y vitalidad exclusivamente en los sonidos del pueblo negro, que al fin
y al cabo, son los sonidos de la naturaleza de ayer, de hoy y de siempre.
Otra
de las enseñanzas que puede aportarnos la convivencia con la comunidad
afrodescendiente y la promoción de sus valores es la del concepto de familia,
clan o vecindad. Hay comunidades fuera del continente africano, como los
garífunas o caribes negros, los
cuales no son descendientes de esclavos, sino descendientes de un grupo que
naufragó en el mar Caribe y se mezcló con los indígenas de la zona, que todavía
respetan celosamente su forma de concebir la familia, de manera que sus hijos
son criados, además de por sus padres, por sus tíos y abuelos. El cuidado y la
responsabilidad de toda la parentela hasta de cuarto y quinto grado es una ley
implícita dentro de estas comunidades, y está demostrado que esta práctica
donde los niños son educados por todos los miembros del vecindario crea en los
niños respeto por todos los miembros de la comunidad, sentido de pertenencia y,
además, les inculca un modelo de sociedad comunal que puede combatir la
consolidación de esta sociedad alienante a la que nos está llevando el modelo
occidental.
Por
último, existe una medida que deberían tomar los gobiernos de todos los países,
y no de forma exclusiva para afrontar el problema de la discriminación racial,
sino de cara a proteger a todos los colectivos que por causas étnicas y
culturales sufren injusticias en lo que respecta a su desarrollo intelectual y
profesional. Existe una realidad especialmente violenta en los núcleos urbanos
que cuentan con la presencia de afrodescendientes, indígenas y personas en
situación de refugio y/o desplazamiento, y es la creación de asentamientos en
la periferia de las ciudades. Son numerosos los países de todo el mundo que tiene
presencia afrodescendiente en sus principales núcleos urbanos, ya sean del
Caribe (73,2%), de América del Sur (22,6%), de EEUU (8,4%) o de Europa (1,2%).
Si se pretende restaurar la igualdad de oportunidades entre la población blanca
y no blanca, se debe garantizar que estas comunidades tengan acceso a una
educación básica de calidad, además de establecer la red de infraestructuras
necesaria para dar posibilidad a quien quiera adquirir estudios superiores y
formación profesional. La principal fuente de inspiración para que el pueblo
negro y sus descendientes puedan luchar por la justicia social y pueda proteger
sus raíces y contar su versión de la historia deben ser sus propios hijos. Y la
sociedad tiene el deber de comprometerse a aportar las herramientas necesarias
para que esto sea posible sin jugar un papel paternalista ni ejercer
discriminación positiva. Estos grupos poblacionales tienen plena capacidad de
tomar decisiones y disfrutarán de completa autonomía en el momento que les sean
reconocidos sus derechos y deberes como los de cualquier ciudadano.
A
modo de conclusión, podríamos recordar que, de alguna forma, todas las
injusticias que hoy día siguen sufriendo los pueblos por razones de origen y
etnia, también son alimentadas o permitidas por un sistema del que todos/as
participamos activamente. De esta manera, los errores cometidos y el sacrificio
de nuestra ascendencia, haya sido de un color u otro y de un bando u otro,
también han sido nuestros propios errores. Esto debería fortalecer en nosotros
el deseo de restablecer un equilibrio que ha sido alterado, y la confianza
plena de que cualquier tipo de esclavitud, opresión o dominio entre iguales
acaba siendo un estigma generacional para las dos partes, la oprimida y la
dominante.
El
pueblo africano es agricultor. Podemos hacer una comparativa con el maíz. Según
el Popol Vuh, el libro sagrado de los indígenas de Mesoamérica, el hombre finalmente
fue creado a partir de las cuatro variedades principales de maíz: blanco,
amarillo, rojo y negro. Cada variedad presenta compuestos diferentes que
aportan beneficios específicos mediante su ingesta. ¿Qué pasaría si se
promoviera más el cultivo de alguna de estas variedades? ¿Y si alguna de ellas
desapareciera? ¿Tendría sólo consecuencias económicas, o también culturales?
Al
fin y al cabo, todos venimos del maíz.
Todos
venimos de la tierra.