La injusticia, esa venda que te
tapa los ojos pero de una forma tan sutil que te hace creer que no estás ciego,
si no que lo que ves, es prudencia, es sensatez…es la verdad.
Lo injusto de aquello en lo que
nos convertimos cuando dividimos el mundo en blancos y negros, viejos y
jóvenes, gordos y flacos, ricos y pobres. Ese mar en el que no sólo te ahogas
tú, sino que nos ahogamos todos. Ese crimen que nadie paga, porque las acciones
injustas no se cobran personas aisladas, sino generaciones enteras.
Lo injusto de quien opta por acciones
livianas, que pasen desapercibidas, porque hará que se lo pongan aún más
difícil al que se atreve a tomar partido sin contemplaciones, sin dudas,
arriesgando.
Lo injusto de que te haga feliz
algo que la sociedad no acepta, y por tanto, te veas obligado a esconderlo, a
esconderte tú en parte, porque para bien o para mal, ésa es tu sociedad, ésos
tus amigos, ésa tu familia, tu hogar…y nunca hubieras querido defraudarles. Y a
veces, incluso te planteas mejor defraudarte a ti mismo, a tus sueños, con la
esperanza de que vengan otros nuevos, diferentes, pero que no te alejen tanto
de lo que esperaban de ti.
Lo desconocido, lo que no está
bien sujeto, lo que nos pone a prueba…nos asusta mucho más que lo injusto, lo
desequilibrado, lo manchado por la necedad del que evita, y sale huyendo.
Y son precisamente los líderes
los que más deberían saber de justicia, puesto que el liderazgo, la capacidad
de dirigir, de mandar, de gobernar, guardan su sentido cuando constituyen un
SERVICIO a los demás. En cambio, cuando se cometen injusticias, ya sabemos que
el que las comete, sólo vive para sí mismo. Y con ese problema, puede llevarse
toda la vida, ahogado por sus sentimientos, perseguido por sus culpas,
asfixiado porque la puerta de su corazón se mantiene cerrada con llave.
Un poquito de humildad que sirva
de antídoto a tanta injusticia, por favor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario